El viernes santo acompañamos a Jesús, de madrugada, en su prisión, ante el juicio vergonzoso y cobarde de Pilatos, ante la frivolidad de Herodes. Contemplamos estremecidos la flagelación y coronación de espinas, las burlas y escarnios, la clámide púrpura y la humillación de un pueblo que prefirió a Barrabás antes que a Jesús. Ante el horror de toda la humanidad, ante todas las injusticias del mundo encarnadas en la pasión de Jesús, nos conmueve su extrema humildad, su paciencia, su aceptación del sufrimiento extremo. Ante la interpelación de Cristo clavado en la Cruz y elevado como la serpiente de Moisés en el desierto, fuente de salvación, ¿Cuál será nuestra respuesta? Podemos contemplar cómo vive la Pasión la Virgen María, o San Juan o María Magdalena y las santas mujeres. Quizás seamos Simón de Cirene o José de Arimatea. O los ancianos y escriban que le interpelan: “Si eres hijo de Dios, bájate de la cruz y creeremos”. O la del buen ladrón: “Acuérdate de mi cuando estés en tu Reino”, o la del ladrón obcecado: “¿No eres tú el Mesías?, Sálvate a ti mismo y a nosotros”. La cruz me interpela en un doble sentido: cómo acojo el perdón de Dios que abraza mis pecados, y cómo me sitúo ante la injusticia del mundo, ante el escándalo de la cruz en mi propia vida y en la de mis hermanos...
de la carta mensual del mes de Abril de 2011 de nuestro obispo,
Don Mario Iceta
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